viernes, 18 de febrero de 2011

VEROSÍMIL - JESÚS TORNÉ



VEROSÍMIL



Cuando el forense llegó al lugar de los hechos, el comisario inspeccionaba el cadáver. Era un hombre de mediana edad. Le habían atado a una farola con unas cadenas.
–¿Cuántas horas lleva muerto? –preguntó el comisario, sin dejar de mirar al cadáver.
–Diez horas –dijo el forense.
–Parece que ha muerto asfixiado. ¿Cómo ha sucedido?
–Le han ahogado con las manos -dijo, inspeccionando el cuello del hombre-. –¿Ve las marcas de los pulgares?
–Ajá.
–Por la corpulencia de la víctima, el asesino ha sido una persona con mucha fuerza.
–Hablamos de un hombre, claro.
–Yo me decanto por una mujer acostumbrada al ejercicio físico.
–¿Por ejemplo?
–Sin duda, ha sido la jefa del departamento de atletismo del Centro de Alto Rendimiento de Burkina Fasso.
No había acabado de decirlo y el detective ya volaba hacia el Centro de Alto Rendimiento, al que a partir de ahora llamaremos CAR. El edificio era imponente. Más que un lugar para la formación de deportistas, parecía una sucursal del Pentágono. El comisario aterrizó en el aparcamiento y encaró la recepción. Allí estaba el presidente de la Warner Bross, que se sacaba un sobresueldo los fines de semana.
–Buenos días –le deseó en un castellano exquisito.
–Busco a la jefa del departamento de atletismo.
–Ahora la llamo –el productor de películas como Casablanca descolgó el teléfono y mantuvo una conversación con tan poco volumen que soy incapaz de reproducir.
–Ahora mismo baja.
La docente apareció ante el comisario.
–No he sido yo –le anunció, mientras se desabrochaba la cremallera de la parte superior del chándal exhibiendo sus tres pechos turgentes, paralelísimos.
–Esto tendrá que determinarlo la justicia. Acompáñeme.
–Dígame dónde debo ir e iré sola.
–Está bien.
El comisario sacó una libreta del bolsillo de la gabardina y escribió la dirección de su casa en dos hojas, que dio a la entrenadora. Mientras, el recepcionista se apuraba con una uña un trozo de carne que le había quedado entre los dientes.
Cuando la presunta asesina pulsó el botón del portero automático de ese domicilio de Lisboa, el comisario se estaba duchando. Corrió hacia el balcón y, tapado únicamente con una toalla, le anunció que podía subir.
–No la esperaba –esta vez, ella no llevaba chándal sino un vestido de novia.
–¿Quieres casarte conmigo?
–Un momento, por favor –el comisario se dirigió a la cocina y abrió la nevera para comprobar que, efectivamente, había yogures–. La respuesta es sí –soltó de nuevo en el comedor-. Sin embargo, ella ya no estaba allí.



miércoles, 9 de febrero de 2011

TONI D'GUIA SERRA - APUESTAS ILEGALES


APUESTAS ILEGALES



–Ya es la hora –me avisa mi compañero.
–Lo sé, ya estoy listo –respondo. Ambos salimos juntos del pequeño cuchitril que compartimos, y al que con el tiempo hemos acabado llamando hogar. El trabajo nos espera.
El humo, el ruido y el olor a muchedumbre llenan el local. Universitarios, camioneros, albañiles, funcionarios, macarrillas... Todos buscan lo mismo: un subidón de adrenalina que les quite de encima la monotonía de la jornada. No es mi caso, claro. Descanso de día y trabajo de noche, así son las cosas cuando te ganas la vida en el mundo de las apuestas ilegales.
    Las voces se apagan por unos instantes y empieza el espectáculo. Soy el primero en reaccionar y golpeo la cara de mi compañero con violencia, hoy no seré el primero en caer. Como siempre se levanta y volvemos a empezar. Ambos nos sacudimos con fuerza, ambos caemos rodando. La gente grita, suda, se desespera o estalla en vítores. Una chica me lanza un beso para darme suerte. A su lado, un hombre colosal apuesta varios fajos de billetes mientras chupa, nervioso, un palillo redondo. El dinero corre de mano en mano y el alcohol exalta los ánimos, pero nosotros nos mantenemos ajenos a todo, concentrados en nuestro juego.  Llega un momento en que pierdo la cuenta. Desorientado, ya no sé cuántas veces le he golpeado ni cuántas  he sido yo el abofeteado. Sin embargo, debo seguir.
Poco a poco la gente se va marchando. Los que lo han perdido todo se preguntan cómo se lo contarán a su esposa, y aquellos que han ganado imaginan los regalos con que colmarán a sus amantes.
    Volvemos juntos a casa. Ninguno de los dos habla de lo que ha pasado, nunca hay recriminaciones. El trabajo es una cosa y otra la vida personal. Sin embargo, sé que estamos pensando en lo mismo, preparándonos mentalmente para la próxima vez.

     ¿Quién dijo que era fácil ser un dado?




Toni d’Eguia

viernes, 4 de febrero de 2011

GUILLERMO HERNANDEZ


El nuevo diluvio



Efraín es un hombre sofisticado; le gusta vestir  de negro y perfumarse con lociones francesas, no tiene deudas y a veces  miente si le conviene.  Cuando se siente solo, sale a la calle vestido de misionero para predicar su evangelio, busca alguna mujer que se convierta a él y le entregue su amor. No tiene pelos en la lengua y su oratoria es fluida. Profetiza un nuevo diluvio y les ofrece la salvación. Les dice a las jóvenes que no saben nadar que tiene un arca de madera y promete  llevarlas a un  lugar seguro  donde también fluye leche y miel.
Un día después de la tormenta, Efraín se convierte en paloma y sale por la ventana a buscar tierra firme. Antes de irse le promete a su pareja que regresará a por ella cuando el agua baje y la tierra esté preparada para recibirla. El predicador, al encontrar pastos verdes en su rutina diaria, se olvida de sus promesas y del arca de madera. Es en la siguiente lluvia ligera cuando el evangelista maldito retoma su misión y nuevamente sale a la calle a rescatar un alma perdida; predicando en las esquinas, en los autobuses y en la barra de los bares. Cuando encuentra a otra dama que cree en sus profecías, la toma suavemente por la cintura, la aprieta junto a él  y le susurra los misterios de las inundaciones. Para ganar un poco de tiempo le habla del cielo y de las alas de los ángeles. Todas estas enseñanzas son solo para asegurarse de que la anterior mujer que abandonó en el arca ya esté muerta y se haya ido al infierno.