sábado, 11 de diciembre de 2010

EVA PASCUAL RODRIGO


Un sueño de cuento de hadas


Desde bien pequeña soñaba que me encontraba en peligro y que surgido de la nada, entre la espesura del bosque, aparecía mi príncipe azul, a caballo y con el brazo en alto. Mataba algún tipo de animal peligroso que me acosaba, me salvaba de sus fieras fauces y tras su valiente actuación caía rendido a  mis pies, momento a partir del cual, yo dejaba que todos los criados que él tenía en su castillo, lo hicieran todo por mí; cocinar, fregar, barrer y demás tareas domésticas. La culpa de todo esto la tenía sin duda mi abuela. Cada vez que la visitaba en su casa, me relataba una y otra, y otra vez los mismos cuentos.
 Que si Blancanieves se salvó de la muerte gracias a un beso de amor, ¡cómo imaginaba mi primer beso!, dulce, cálido, húmedo, para, para...
Que si La Bella durmiente, fíjate, había tenido que esperar 100 años, ni uno más ni uno menos hasta que su caballero andante llegara para despertarla del maleficio, así que bien podía esperar yo, unos pocos años más, total, las gachas todavía no se me iban a pasar. O bien la Cenicienta, una vida de trabajo duro, de sufrir un mobbing espantoso por parte de sus hermanastras y, al final, había tenido su recompensa: castillo, príncipe y calabaza, todo el lote en uno. Y qué decir de Rapunzel, la pobre tardaba horas en peinarse la larga melena, pero fue gracias a ella que consiguió cazar al chico guapo de la película.
–Que sí abuela, que ya lo sé, debo tener paciencia y convertirme en una auténtica señorita, solo así algún príncipe casadero se fijará en mí... menudo aburrimiento.
Tan y tan pesada estuve aquel fatídico verano, en el que mi ansiado sueño degeneró en pesadilla, que no sé muy bien cómo, mi yaya movió los hilos infinitos de sus contactos y logró invitar a todas y a cada una de mis princesas idolatradas a tomar el té en su casa. Fui incapaz de pegar ojo esa noche, tenía tantas dudas, tantas preguntas que hacerles, ¡por fin!, ¡por fin!, mi sueño se iba a convertir en una hermosa realidad.
La explanada frente a la casita de la “abu”, era un sorprendente hervidero de vida a las cinco en punto. Carrozas tiradas por 24 caballos blancos como la nieve, dragones amaestrados, una calabaza alada, regalo de bodas, más bien de dudoso gusto, alfombras voladoras y cientos de pajes, criados y guardas de seguridad para custodiar a las más deseadas y de alta alcurnia. Y allí en medio de todas ellas, yo, futura integrante de la crème de la crème de la sociedad, envidia de mis vecinas, comidilla del pueblo y más orgullosa que nadie.
Tras contarse sus cotilleos, las distinguidas señoritas dieron buena cuenta del pastel de manzana que habíamos preparado para la ocasión, excepto Blanca que todavía no había superado el trauma con aquella fruta, a pesar de llevar ya dos años en tratamiento terapéutico. La pobre solo comió galletas de jengibre. Tras saciar sus pequeños estómagos, todas a la vez empezaron a  contarme sus más recónditos secretos, las mil y una maneras de conseguir atrapar a un hombre, y casi lo más importante, cómo hacer para tener de por vida parte de su patrimonio. Tomaba notas como una loca.
–No tengas ninguna prisa, dedícate a hacer cada día las tareas que te han encomendado, que nadie tenga ni un solo motivo de queja sobre ti... –decía Cenicienta.
–Sobre todo, sobre todo, nunca hables con extraños, ni abras la puerta a quien no conozcas y ¡mucho menos aceptes fruta que no has comprado tú misma!
–No tomes el sol, ve siempre con la caperuza puesta, el cutis blanco es de lo más favorecedor, y esta temporada es lo que más se lleva.
–Debes salir y conocer a mucha gente, hay que estar bien relacionada, pero ni se te ocurra llegar más tarde de las doce o te tomarán por lo que no eres.
–Me parece bien lo que dice Ceni, pero yo te aconsejaría no acercarte mucho a las agujas, si no es estrictamente necesario, claro –comentó Aurora.
–¡Intenta ponerte en peligro!, ya que de verdad, si los chicos no tienen algún dragón, bruja o similar que matar pierden totalmente el interés.
–Pues para el brillo del cabello lo mejor, la manzanilla, unos enjuagues cada vez que te laves el pelo y además de brillante, lo tendrás fuerte y flexible... ¡No me miréis así!, nunca se sabe si va a necesitar una melena larga.
Blancanieves me susurró: “no le hagas caso a Ra, me parece que los tirones que le da su marido le han acabado afectando alguna neurona”.
Se despidieron de mí, deseándome buena suerte, que tuviera confianza y fe, y que de todas formas, si yo no lo lograba por mí misma, seguro que mi hada madrina lo acabaría cazando para mí. Me pareció que se marchaban ansiosas y sinceramente preocupadas por mi futuro matrimonial, pero creo que se debía más a la perspectiva de una boda real, donde poder lucir sus últimas compras de Gucci, Prada o Carolina Herrera.
Y así pasaron los meses. Salía todas las noches de fiesta, regresaba a las doce, cruzaba los ríos donde la corriente era más fuerte, trepaba a los árboles en busca de nidos de dragón, obedecía  a mi madre y a mi abuela y dejé de comer manzanas, pero nada. Hasta la tarde en que al llegar a casa de mi querida tata, noté un olor extraño en la casa, como de animal. Al acercarme a su cama, tuve que mirarla un par de veces para cerciorarme de que era ella.
 –¡Pero qué ojos abuela!, nunca te los había visto tan saltones. Caramba con tus orejas, las pinzas y tú no sois buenas amigas ¿eh?, y menudos dientes tan...
Ya no recuerdo nada más excepto que estoy aquí encerrada en una casucha en medio del bosque, con un marido que solo abre la boca para pedir más comida y que justo encima de nuestra cama de matrimonio hay colgada una cabeza horrorosa de lobo.



lunes, 29 de noviembre de 2010

PILAR RUIZ - HECHIZO



HECHIZO

Aun sintiéndome tan abatida, jamás debí claudicar cediendo a aquella invitación. Se trataba de un  aromático líquido verde, que ingenuamente confundí con un inofensivo licor de manzana. Al ingerirlo, los temblores y el frío se apoderaron de mí. No era para menos, pues en ese preciso momento microscópicas y verdaderas brujas de los pantanos penetraron en mi cuerpo. Estaba aterrada. Durante años busqué ayuda para deshacer el maléfico hechizo. Numerosos libros de magia pasaron por mis manos. No fue nada fácil. A día de hoy aún quedan restos del maleficio en mi interior. Las microscópicas brujas de la depresión aún habitan en mí.


domingo, 21 de noviembre de 2010

DORA MUÑOZ



Fogonazos de metralla


¿Quién será esta señora que está tan segura de que nos conocemos? Como no parece que vaya a cejar en su empeño le diré que sí, que ya la recuerdo. Pero no, no le basta, ahora quiere saber quién es. ¿Y eso tengo que decírselo yo?, pues que lo diga ella, a ver quién la va a conocer mejor que ella misma. Aunque ahora que la miro, me recuerda a una novia que tuve hace años. ¿Qué debió ser de ella?, tengo que preguntárselo cuando la vea.
–Me recuerda usted a Lupe, una enfermera que conocí cuando me ingresaron en el hotel Palace de Madrid, que habían convertido en hospital. Llegué allí con la pierna derecha destrozada por la metralla. Acababa de cumplir 18 años y hacía menos de dos meses que habían reclutado a mi quinta, la del biberón.
Seguramente fue una suerte caer herido, muchos de mis compañeros murieron después en el frente a donde yo ya no volví. Lupe también era muy joven y era mi enfermera. Cuando llegué los médicos sacaron la metralla y al cabo de unos días decidieron que tenían que cortarme la pierna. La insistencia de Lupe en que esperaran un poco para ver cómo evolucionaban las curas que ella me hacía convenció al médico, a pesar de creer que eso iba a alargar mi estancia en el hospital, donde las plazas eran tan necesarias. Lupe tuvo razón, su dedicación a mis heridas consiguió que mi pierna se recuperase. Por la mañana me curaba a mí el primero y luego seguía con los demás heridos. Había muchos, españoles y extranjeros, todos jóvenes, pero ninguno más que yo. Nos enamoramos, aunque nuestra relación duró solo mientras estuve allí: casi un mes. Después me mandaron a casa como mutilado de guerra. No volví a verla. Ahora la veo bastante, viene a verme de vez en cuando con su cofia y su delantal bien blancos, y la capa negra de paño grueso, la misma con la que se tapaba entonces por las noches, cuando todos dormían y se acercaba a estar conmigo un rato.
Vaya, parece que no le ha gustado la respuesta, pone cara de impaciencia y dice que piense bien, que haga un esfuerzo para recordar. Le voy a hacer caso, la pobre parece que está a punto de echarse a llorar, así que la miro e intento hacer lo que me dice.
–¡A ver si va usted a ser la madre de Rosa!, porque se parece mucho a ella. Pero no, no lo es, seguro, ella siempre va vestida de negro y sería imposible que se pusiera ese vestido de colores que usted lleva. ¿Usted conoce a Rosa?, es mi novia. Recuerdo el día que la conocí. Al acabar la guerra, como no podía trabajar en el campo por lo de mi pierna, me fui a Barcelona a casa de unos tíos que tenían un bar. Yo no hacía más que trabajar, salía poco, alguna vez a dar un paseo con mi amigo José. Una vez por semana íbamos al cine. El cine me gusta mucho. ¿Ha visto Gilda?, esa sí que es una buena película, debería ir a verla. ¿De qué hablaba?, ¡ah, sí!, de cuando conocí a Rosa. Fue en la cola del cine, ella iba con unas amigas, yo con José, y no sé cómo empezamos a hablar. Siempre había pensado que, con mi cojera, no iba a encontrar novia, pero ya ve, con Rosa llevo ya varios años de noviazgo y cada día nos queremos más. Es guapísima, mucho más que su madre. Bueno, perdone, no es que su madre sea fea, es que Rosa la supera con creces aunque se parezcan en algunas cosas. Ese color de ojos, entre verde y azul, que es el mismo que tiene usted, o su nariz un poco respingona. Pero mi Rosa no tiene ese pelo tan crespo o esa forma de mirar que veo también en usted. Además Rosa es dulce y reposada, no como su madre, avinagrada e impaciente. A usted también la veo un poco acelerada, ¡cálmese mujer! Por cierto, hace días que no veo a Rosa, ¿qué le pasará?
–Entiendo que la pobre ponga mala cara, incluso que se enfade. Compararla con mi futura suegra no ha sido una buena idea, pero ¡mira que se parecen!
–Bueno, mujer, no se ponga usted así. Por cierto, ¿usted tiene hijos? ¿Sí? Pues, ande, hábleme de ellos, serán de mi edad, supongo. Igual es usted la madre de alguno de mis amigos y ahora mismo no acierto a reconocerla...
Sigo esforzándome, escarbando en mis recuerdos, me aparecen caras de niñas, bebés que gritan muy fuerte, gente sentada a una mesa, discusiones, fiestas... Pero todo desaparece antes de que pueda reconocerlo, todas las caras que me esfuerzo en recordar desaparecen entre los estallidos de las bombas y las granadas, entre los disparos y la metralla que las alcanza. Mientras, ella, impaciente, empieza a hablarme.
–¿Pero qué tonterías está diciendo? ¡Esta mujer está loca! ¿Por qué la he dejado entrar?
–¡Ah no, eso sí que no!, si se pone usted así ya mismo se va yendo, ¿cómo va usted a ser mi hija si es tan vieja como mi suegra? Y de todas esas tonterías que dice usted, de viejos y muertos e hijas y nietos, voy a hacer como que no la he oído, que me parece que no está usted bien de la cabeza.
–Sí, que se vaya y me deje solo, aquí, con Rosa y Lupe, las mujeres de mi vida, las únicas cuyas caras puedo evocar sin que desaparezcan entre fogonazos de metralla.

domingo, 7 de noviembre de 2010

LAS CIUDADES INVISIBLES - ITALO CALVINO



LAS CIUDADES Y LA MEMORIA. 2

Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isadora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los apostadores. Pensaba en todas estas cosas cuando deseaba una ciudad.  Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.


DE LAS CIUDADES INVISIBLES.   ITALO CALVINO.

DULCES CARNALIDADES - GUILLERMO HERNÁNDEZ



DULCES CARNALIDADES 

Sin un caballero que la guíe, ella baila sola. Su desnudez incita al viento a rozarla suavemente, sus caricias la estimulan a girar en el aire; flota, avanza sensual, gira una vez más y se agita, toca el piso y se revuelca. Nuevamente se eleva y muestra vanidosa su cuerpo excitado; sin tapujos ni tabúes ella se muestra al mundo como es: frágil e insignificante. En su recorrido lujurioso  ellos se encuentran  a un anciano que es arrastrado por el tiempo; sin decir ninguna palabra ella abandona a su compañero,  rodea al anciano con su baile místico y se abraza  ilusionada a su pantorrilla. La bailarina que no sabe nada de relaciones personales, es rechazada con un movimiento juvenil.  El viento que es un amante rencoroso la retoma, la estruja, la revuelve frente al viejo y la estrella en su pecho; ella que no tiene prejuicios, coquetea abiertamente con el anciano molesto, levanta sus cuatro puntas, le muestra orgullosa su forma arrugada por el uso, y las marcas que deja el pavimento. El anciano  cansado de las mujeres livianas, la desprecia  con un manotazo que la hace caer al piso. La bailarina que no sabe nada del rechazo, se incorpora, se infla y le ruega a un remolino  que la ayude a alcanzar al hombre  que la puede salvar del olvido.
El anciano, igual que muchos hombres que no entienden los juegos del amor, se indigna al sentir el golpeteo de la bailarina en su nuca, se agacha para disuadirla pero ella se contonea aún más, gira alrededor de su cabeza, se afana en llamar su atención, le susurra en los oídos que disfrute de su liviandad. El anciano por su parte, parece que espanta a una mosca gigante, mueve sus brazos de un lado a otro, brinca y se retuerce sobre su bastón, le grita maldiciones e intenta correr para librarse del acoso. Para su mala fortuna, los solitarios por naturaleza tienden a  voltear hacia atrás, ella  aprovecha esta debilidad para aferrarse al rostro sinuoso del anciano.  El hombre al sentir el plástico  impidiéndole la respiración, se llena de ira  y de pánico. Sus pulmones se estremecen, su corazón se agita, la falta de oxígeno le provoca vértigo, recuerdos, alucinaciones, la sensación de encierro de su primer  matrimonio y el horror de morir asfixiado. Ella que no sabe nada de la muerte, queda anclada en las delicias de la carne, la atrapa  el calor de la piel, el roce de los  labios, la textura de la lengua y el placer  de  la humedad, una humedad que la hace olvidarse de su gentil vuelo; tras un gran esfuerzo el viejo logra arrancarse la bolsa de la cara, queda encorvado, sin  aliento, maldiciendo la promiscuidad de las damas libertinas. La bolsa de plástico que no sabe nada de la fidelidad, se entrega a la inercia, que la mece en sus brazos mientras el viento se lo permite.



Guillermo Hernández
Taller de los jueves

sábado, 6 de noviembre de 2010

LA CENA - RONNIE RADÓ



La cena



Una vez oí de alguien más inteligente que yo que el odio no es más que nuestra proyección frustrada en otra persona. El odio se enciende cuando inconscientemente tratamos de ver en el otro sujeto rasgos nuestros, y el resultado no es el que desearíamos. Para ser sinceros, yo no es que odie a Andrés, pero tiene un nosequé que no me deja indiferente. Es una persona que logra irritarme con facilidad. Mirándole de cerca puedo ver en él la extroversión y el grado de impulsividad del que yo carezco. Lo definiría como un tipo chulo y fantasma que cae bien a un grupo selecto de gente, al cual yo no pertenezco.

Ocurrió hace pocas semanas en el cumpleaños de Estela. Era un sábado de esos traidores, que prometen mucho frío y acaban dejando en evidencia al hombre del tiempo y demás enterados. La idea era ir a cenar a un japonés,  aunque más que japonés era chino, pero como yo tenía hambre y el lugar lo había elegido Estela, le di el visto bueno. Era un sitio acogedor con las paredes empapeladas de caligrafía oriental, una cinta metálica en el centro donde paseaban los platos y una música propia de Pachá Shangai.   
Nos sentamos de tal manera que Andrés quedó a mi derecha, en el centro de la mesa, pues siempre le ha gustado llamar la atención. Después de llenar sus alrededores con platos que no comería, decidió que ya iba siendo hora de hacerle fotos a la camarera. Yo no estaba seguro de si eso era una buena idea, pues el camarero de detrás de la barra aparte de mafioso parecía algo cabreado. Andrés se levantó, la buscó, la persiguió…  Era una situación surrealista, nadie en la mesa pensó que sería capaz de algo así.
Cuando por fin parecía que iba a guardar su gigantesca cámara de fotos profesional y dejar de hacernos sentir vergüenza ajena, se fijó en una chica muy mona que estaba sentada en una mesa frente a nosotros. Desde mi punto de vista, la chica, que cenaba con su novio tranquilamente, tardó más de la cuenta en irse, cansada de tener un láser enfocándole a la cara. Esta situación me quemaba por dentro, me irritaba, era una gran falta de respeto, pero no me atreví a decirle nada; al fin y al cabo, no era mi hijo, ni tan siquiera un amigo. Es en esos momentos cuando me pregunto qué tipo de infancia ha tenido que sufrir una persona para acabar con una falta de vergüenza insultante, exponiendo sus ideas y deseos en los momentos más inoportunos.
También me lleva a preguntarme si el problema, más que él, somos el resto; hemos olvidado la rebeldía frente al decoro pues; al fin y al cabo, él solo se comporta como un animal salvaje en una sociedad domesticada.


martes, 26 de octubre de 2010

LAS PALABRAS



LAS PALABRAS

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
.

domingo, 24 de octubre de 2010

¿VALEN EXCUSAS?



Aire, luz, tiempo y espacio

Sabes, yo tenía una familia, un trabajo, algo
siempre estaba
en el medio
pero ahora
he vendido mi casa, he encontrado este
lugar, un estudio amplio, deberías ver el espacio y
la luz
por primera vez en mi vida voy a tener el lugar
y el tiempo
para
crear.

No, nene, si vas a crear
vas a crear trabajando
16 horas al día en una mina de carbón
o
vas a crear en una habitación con tres chicos
mientras estás
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo.
Vas a crear ciego
mutilado
loco.
Vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla, con terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego.
Nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada
excepto quizá una vida más larga para encontrar
nuevas excusas.


CHARLES BUKOWSKI  El infierno es un lugar solitario.


POSIBILIDADES INFINITAS, PREGUNTAS

Wislawa szymborska



Acaso

Podía haber sucedido.
debió suceder.
sucedió antes. Después.
Más cerca. Más lejos.
Pero no a ti.

Te salvaste por ser el primero.
Te salvaste por ser el último.
Porque estabas solo. con gente.
A la izquierda. A la derecha.
Porque llovía. Porque había sombra.
Porque lucía un sol esplendoroso.

Por fortuna había un bosque.
Por fortuna no había árboles.
Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno,
una repisa, una curva, un milímetro, un segundo.
Por fortuna había a mano un clavo ardiendo.

A causa de, puesto que, sin embargo, pese a.
A saber qué hubiera ocurrido si la mano, el pie,
por un pelo, a un paso
por coincidencia.

¿Estás, pues, aquí? ¿Salido de un instante entreabierto?
¿La red sólo tenía una malla, y tú a través de la malla?
No logro salir de mi asombro ni articular palabra.
Escucha
en mí late, desbocado tu corazón.






COMPINCHEOS CON LOS MUERTOS

¿En qué circunstancias sueñas con los muertos?
¿Piensas en ellos antes de dormir?
¿Quién aparece primero?
¿Es siempre el mismo?
¿Nombre? ¿Apellido? ¿Cementerio? ¿Fecha de defunción?
¿En nombre de qué acuden?
¿De una antigua amistad? ¿Del parentesco? ¿De la patria?
¿Dicen de dónde vienen?
¿A quién representan?
;A quién más, aparte de ti, visitan en sueños?
¿Se parecen sus rostros a los de las fotografías?
¿O han envejecido con el tiempo?
¿Tienen buen aspecto, o están consumidos?
¿Se les han cerrado ya las heridas, a quienes cayeron muertos?
¿Siguen recordando quién les mató?
¿Qué llevan en las manos? Describe los objetos.
¿Están podridos? ¿Herrumbrosos? ¿Calcinados? ¿Carcomidos?
¿Qué se lee en sus ojos? ¿Amenaza? ¿Ruego? ¿Que ruegan?
¿Sólo habláis del tiempo? ¿De los pájaros?
¿De flores? ¿De mariposas?
¿Alguna pregunta inoportuna por su parte?
¿Y, si se da el caso, tú qué les contestas
en lugar de callar con prudencia?
¿o de cambiar el tema del sueño?,
¿o de despertarte a tiempo?


Paisaje con grano de arena.  Lumen.  Wislawa Szymborska