LÍNEA 303
Línea trescientos tres, hora punta. Una adolescente habla con tanta intensidad, que es inevitable que el resto de los pasajeros estén al corriente de su conversación. Su tono de voz dulce y su rostro sonriente no coinciden en absoluto con sus palabras.
–¿Cómo te ha ido el examen de mates? ¿Todas bien? ¡O sea un diez! No me caes bien ya. Que no. Que no. De hecho, nunca me has caído bien.
–¿A mí? Pues no me ha ido tan bien como a ti. ¡Creo que llego al aprobado rascado! Contesta con poco entusiasmo y cara de desconsuelo.
–¡Pero, tú qué te has creído! ¡Te cuelgo eh! Eres un empollón de pacotilla. Te tocas los huevos hasta el último momento. Nunca te veo estudiar más que un día antes de los controles.
–¿Qué eres el mejor? Mira que eres cabronazo. ¡Joder! ¡Yo tengo que esforzarme un montón para sacar un triste seis! Me paso las tardes en la “biblio” y tú solo apareces para sacar una “peli” o un ”CD”. –¡Qué rabia, por Dios!
–¿Pues sabes qué? ¡Voy a acabar triunfando en la vida porque me esfuerzo! ¡Y tú ! ¡Tú acabarás siendo un parásito de la sociedad! ¡No destacarás jamás en nada y vivirás una vida mediocre!
–Luego ya seguimos. Ahora sí que no te hablo más, –fingiendo una voz seria y rotunda para terminar como en un fundido susurro:
–Te quiero.