jueves, 3 de marzo de 2011

PAULA ENSENYAT - EL GRAN CHEF



El gran chef



“Mírate, quién te lo iba a decir, a ti, a un camarero de café de barrio. Mírate, aquí estás, en la zona más selecta de París, cocinando exquisiteces para los comensales que vienen  a la ciudad  a degustar tus creaciones”.
La mirada de Félix irradia orgullo. Observa su rostro en el reflejo de la cacerola que cuelga sobre su cabeza. De pronto, su mirada se oscurece, es hora de ponerse en marcha, es hora de cocinar.
El chef mete una de sus manos en el bolsillo del delantal y, al hacerlo, su semblante se transforma. Atrás quedan las ideas que ocupaban su pensamiento hace tan solo unos instantes. Se contraen las facciones de su rostro, su mirada empieza a hervir, unas finas gotas de sudor comienzan a cubrir su frente y a empapar sus manos. “¡No está!... no puede ser, no puede ser,  repite una y otra vez para sus adentros.
Su cambio de ánimo puede palparse en todos y cada uno de los rincones de la cocina; los ayudantes se quedan inmóviles, como petrificados y, en sus miradas, puede observarse cómo el pánico va aumentando por momentos.  El suave hilo musical se escucha ahora como un estridente y molesto ruido, incluso el fuego que emerge de los fogones ha cambiado, sus llamas se muestran ahora ofensivas, casi iracundas.
Los trabajadores retroceden hasta concentrarse en el rincón más oscuro de la estancia. Félix va de un lado a otro abriendo y cerrando cajones y  puertas.
–¿Dónde está? No puede haber desaparecido. ¡Lo necesito! ¿Cómo voy a cocinar sin él? –Grita una y otra vez.
En un abrir y cerrar de ojos, la cocina pasa a ser un revoltijo de puertas abiertas, de ollas y sartenes revueltas y, el suelo, siempre impoluto, aparece ahora lleno de trapos y demás enseres culinarios mientras el chef sigue dando vueltas y aporreando todo cuanto tiene a su alcance.
–Don Félix… Aquí está, aquí está, tranquilo, aquí lo tiene.
El ayudante, conteniendo la respiración,  le ofrece el frasco que tiene entre las manos.
El chef lo abre con suma delicadeza, toma una pequeña cantidad de ungüento con el dedo índice y lo aplica debajo de su nariz mientras aspira con ansia el  aroma del mentol. Acto seguido, se pone manos a la obra.
Todos continúan con su trabajo. Mientras Félix se afana entre los fogones, los ayudantes se esfuerzan en proporcionarle todo lo necesario para que pueda elaborar sus recetas.
Nadie es consciente de la cantidad de recuerdos que le trae ese aroma a mentol:
–Félix, cariño, no resisto este dolor. ¿Puedes darme un masaje?
–Sí, abuela. Ahora mismo voy a buscar tu medicina.
El pequeño Félix corre a buscar el ungüento. Sabe que cuando ella se lo pide, es porque siente mucho dolor  y  no le gusta verla sufrir. Además, el aroma a mentol le gusta mucho.
–Ya estoy aquí, abuela, ya verás como en seguida te sentirás mejor.
–Muchas gracias, hijo… Dime, ¿dónde está tu madre? Hoy no la he visto en todo el día.
–Mamá está muy ocupada haciendo la colada en el río. No creo que vuelva hasta la noche –dijo, escondiendo la carita entre las rodillas de su abuela. No le gusta mentir, pero no puede dejar que la anciana descubra la razón por la que su hija desa-parece durante días.
“No, no puedo permitir que sepas que mamá está tan bebida que no puede levantarse de la cama”.
–Entonces hoy tampoco habrá podido cocinar, ¿verdad, hijo?
–No abuela, hoy tampoco ha podido cocinar. ¿Tienes hambre, quieres que te traiga unas galletas?
–Vale, cariño… Unas galletas y un vasito de leche. No olvides preparar un vaso para ti también.
–Sí, ahora mismo preparo dos vasos de leche con galletas y nos las tomamos juntos. –Le responde dirigiéndose a la cocina mientras aspira el mentol que impregna sus manos...

–Don Félix… disculpe, don Félix. Se le ha caído el frasquito –dice el ayudante señalando al suelo.
Félix se apresura a recoger el frasco y, tras contemplarlo unos segundos, vuelve a meterlo en el bolsillo del delantal.
“Bendito mentol, si no fuera por ti jamás habría llegado a ser el gran chef que soy. Jamás habría podido cumplir la promesa que le hice a mi abuela cuando tenía diez años”:
–No te preocupes abuela, aprenderé a cocinar. Seré el mejor cocinero del mundo y no tendrás que volver a pasar ni un solo día tomando leche con galletas.
–Ay cariño, no te preocupes por eso, a mí me gusta mucho la leche con galletas. Además, tú no soportas el olor de la comida. ¿Ya has olvidado que los días en los que tu madre puede cocinar y no sales a la calle porque hace mal tiempo te pasas el rato vomitando?
–No, no lo he olvidado abuela pero tú no te preocupes, lo conseguiré. Una promesa es una promesa ¿o no?, –dijo el chiquillo cruzando su índice derecho con el de su abuela.
Félix sigue inmerso en sus recuerdos, en el comedor todas las miradas se concentran en las puertas giratorias. En ese preciso instante, un camarero sale de la cocina portando una bandeja de plata con una comanda que han pedido hace ya más de una hora.
En cuanto el camarero les sirve, empiezan a comer. Todos coinciden en que la comida es realmente exquisita y alaban la gran originalidad del chef al combinar deliciosamente los sorbetes de frutas con un ligero toque de mentol.


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